martes, 20 de mayo de 2014

TIERRA SAJADA

                                        

                                                 A la eterna memoria de mi Abuelo,
                                                D. Ignacio Expósito Chica.



Perdona mi tardanza... me venció la pena.
Busqué el momento y la palabra no me alcanza
para darte mi cariño a manos llenas.

Abuelo, no he medido estos versos,
pues tampoco el dolor mide sus victorias.
Te fuiste alejando en silencio,
poco a poco te fuiste alejando a esa gloria
que ganaste sin prisa
-llorando te escribo... yo
que llorando recuerdo tu sonrisa-.

Cielo ladrón de gente buena,
cielo cabrón y traicionero.
Cielo de sol y luna llena
que se llevó tu voz de acero.

Cielo de un dios injusto y frío,
dios que en mi rezo hiciste un pozo
con su adiós arrancaste un trozo
a este enfermo corazón mío.

Dime, al menos, que se encuentra bien,
que sus ojos de eterno claro
aún me miran tan radiantes como entonces.
Ten compasión de mí y ten
caridad de este dolor que te habla a voces.

Y tú, abuelo, recuerda
que, aunque la vida se pierda como se moja una llama,
como se raja la tierra
o la fe del que ama esta vida tan perra,
no olvides, abuelo,
que vivir es sólo un paso sobre el suelo,
que tu huella, imborrable,
asfaltó el destino de tanta gente que te quiere,
que cuando el tiempo, ya cansino, comente, hable...
diga aquello que por decir se muere,
habremos de brindar con vino por lo que nos quede,
que aquí no existe adiós,
pues en amor gana más quien quiere que quien puede.

Que sepas que aún guardo tu sombrero
y el sabor de las cañas en la peña;
que a tu lado aprendí, abuelo,
que antes de ser fuego hay que ser leña
y antes de ser leña hay que ser árbol y semilla,
que hasta el silencio más tenebroso enseña
-yo que en silencio amé tu maravilla-.

Envidia sentirán los ángeles del cielo
-de tu belleza hecha de luz y de hombre-
desde la noche que pistaste el pañuelo
de un edén que me dejó sólo tu nombre.

No quiero despedirme -no lo hago-,
es más... te suelto un hasta pronto (el tiempo vuela);
sé que nunca te gustaron los halagos.
Cuida de mi Padre y de mi Abuela,
seré bueno, como tú bien me enseñaste,
y recoge este llanto que te doy como pago
a aquellos que por mí, a veces, derramaste.

Por siempre mi candil, mi sendero. Mi mago.
Por siempre guardaré todo el amor que me entregaste.

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL CONTRATO






Hagamos cuentas. Este es el trato:
tus semanas a cambio de mis meses
y mis días, siempre que me beses
con un sentir más caro o más barato

-me da igual- que este al que desato
los nudos de un pasado pordiosero,
sin olvidar que partes con terceros
provoca incumplimiento de contrato.

Con la piel por soporte y documento,
la firma digital del sentimiento
insta de por vida a recordarnos.

Perenne o duradero será el juego
...lo que aguante la llama de este fuego
que hoy día nos condena a desearnos.

LA MOCHILA








Voy a contaros una historia.

Una historia de ángeles y besos,
de tiempos encontrados.
De niñas con coletas y mentiras.

Voy a contaros una historia de tardes a solas,
de sábanas frías,
de relojes marcando una hora tatuada
en un anochecer que no acabó nunca.

Fue en una ciudad
donde todo tenía el nombre que le daba la nostalgia.
Diciembre se acercaba como témpano,
y los tejados blanqueaban cenizas de un otoño triste.

Jaén, 1998:
un muchacho cargaba una mochila camino de un aula.

El crudo amanecer espabilaba su cansancio,
y se hacía mayor un niño que quiso ser hombre y amar,
amar -igual que amaban los hombres de las pelis-
a una mujer bella como un sueño.

Y llegó la mujer,
y llegó el amor,
y, con los días, cada invierno que pasaba
le comía un pedazo a ese sueño que él tenía
...mas nunca le besaron de verdad
a él que de verdad besó a tantas.

Ahora la ciudad calla y escucha:
escucha los suspiros en aquel baño universitario,
el tragín de la cafería,
los infieles jueves de pubs y besos turbios
-cadencia de unos años sin velas que soplar-.

La ciudad calla,
calla, escucha y no entiende
que un paseo por la calle Cerón duela tanto,
que hojear poemarios en aquella librería duela tanto.
Que el silencio de la vieja Catedral duela tanto.

Que todo se limite a una cerveza
en la plaza El Pósito a media tarde,
o a caminar por el Gran Eje
la noche de verano de un domingo cualquiera
-destápate, que ya nadie ve que me miras y sonríes-.
Que todo fuera tan banal como un viaje a Cádiz
-habitación 323. Hotel Yacht Club-
en pleno Marzo y a escondidas.

Pero en estas historias que no deben de contarse,
siempre existen palabras traidoras
que relatan verdades que no saben mentir.
Y no es aquel nombre de mujer,
ni aquel viaje a Cazorla con mapa y chimenea,
ni aquel beso en el Möet de otro y nunca mío.
Y no son los domingos sin calor,
ni las realidades inventadas para exprimir felicidad
de un imposible.

Nada -atiende bien-,
nada de eso pesa más
que la mochila que cargaba aquel joven camino de aquel aula
en ese año que nunca terminó:

una mochila tan llena de sueños,
de sonrisas de chicas sin coleta,
de relojes sin tiempo de pararse,
de historias sin besos y sin ángeles;
de ciudades distintas cada día
sin un nombre que ponerle a cada cosa
          -arrópate mi vida,
vuélvete y abrázame
que es verano y tengo frío-.

Una mochila tan llena de historias.
Historias vividas para no repetirse.


TE BUSQUÉ

 




Te busqué en el sueño del niño dormido,
en el mar que nació de la gota de agua.
Te busqué entre las dunas de un desierto sin tiempo.
Loco yo te busqué y no pude encontrarte.

Te busqué como el perro que perdió a su amo,
como el viejo que atrasa el reloj de una vida.
Te busqué para ver en la faz de tu instinto
aquel pozo de sal que endulzara mi culpa.

Quise hallarte en el beso de la boca sedienta,
en el bientre entregado a la miel de la carne.
Quise verte tomar del bufé de la dicha
ese trago templado que te brinda la suerte.

Y creí encontarte en las noches sin tedio,
en el fondo del vaso del borracho que olvida.
Creí verte colmar de lo bueno que espera
para ser enseñado en las aulas del alma.

Y es ahora que entiendo que no importan los mares
ni los viejos relojes, si no existe un presente
que, mojado en sus horas, saboree ese jugo
en tus labios sedientos o en la copa vacía
que, en la infiel madrugada, empapara tu nombre.

En el sueño del niño dormido te busqué.
En mi luz te busqué, y no supe encontrarte.


5/OCT/2007








La ciudad se alarga ante mis ojos. Cansada de coches y ruídos, pensativa y noble como una mentira -con la lealtad que se merece la verdad-, se desviste de luz.
Es la noche, la noche y su milagro, la que abraza cada calle, cada esquina,
cada sueño... la noche y su impaciencia.
Y tú duermes, a sabiendas de que el tiempo no ha de cruzarte
nuevamente en mi camino.

La ciudad se alarga, la ciudad de mi ahora y de mi entonces,
y tú no estás aquí para ignorarlo.

LA BALANZA

 






Todo parece insuficiente.
Por más que luchamos por alcanzar felicidad comestible, felicidad de verdad... de la que engorda el alma. Por más que empezamos de nuevo el castillo de naipes -ya gastados por el uso-, adivinamos que ser felices hipoteca la sonrisa a largo plazo, que la baraja está incompleta, que el viaje de la vida va perdiendo en sus moteles las cartas que le sobran, las cartas que nos faltan, las cartas que nos dieron la oportunidad de seguir jugando y de seguir perdiendo.
Por más que luchar sea el camino, que busquemos la victoria a cada paso, la derrota nos sopla en la nuca y nos devuelve a lo real de la suficiencia que nos domina. Porque bastante es suficiente dicen,... bastante para qué: para comer, para gastar, para vivir. Hipócrita la balanza y miserable el peso que sostiene su medida. Bastante para nada, bastante para seguir engañándote a destajo, bastante tiempo malgastado, bastante mierda consumida.
Todo parece insuficiente porque nos faltan las ganas de antes, las ganas de gastar el tiempo en ilusiones que cumplir, en sueños... en años que cumplir. Y lo jodido es que en la foto todos sonreímos, todos nos besamos en las fiestas, todos nos compramos coches nuevos, y pisos nuevos -con su correspondiente ampliación de hipoteca o, lo que es peor, con el dinero del papá o del suegro, que pesa más que el del banco, porque el banco puede quitártelo, pero lo que nunca hará es echartelo en cara-. Todos navegamos con un rumbo marcado por la vela del cansancio.
Pero cuando encallamos en la isla equibocada, o el espejo, al mirarnos, nos enseña que no todo es como tú lo habias soñado, que no todo es como tú lo habías querido. Que las décadas se adueñan de tus canas, que el recuerdo es lo único que queda. Entonces es cuándo adivinas -a golpe de nostalgia- que la medida que en el peso se sostiene te entrega menos de lo que diste a la balanza. Que la sonrisa que adquiriste a largo plazo se perpetúa y se merienda tu solvencia. Pero de vez en cuando, alguna noche, en alguna habitación sucia y ruidosa con vistas a una gris gasolinera, te encuentras -debajo de la cama- el as que un día te faltó y que ahora no te sirve.
Por más que luchamos por alcanzar felicidad, nos olvidamos que la felicidad reside en la suficiencia de lo que tienes -inteligente el navegante que arrojó el amor por la borda-, en la suficiencia y en no necesitar más de lo que es tuyo.

SESIÓN DE TARDE

 









Hoy todo me parece irracional. Imágenes aburridas que se mezclan y, 

en sesión  continua, muestran la película de un mono que busca cruces 

que adorar y altares que eregir. El apocalipsis de la idea en el edén 

de la ironía, y los corderos que se comen al lobo mientras el pastor ahúlla 

en un orgasmo de inquietudes.

La entrada al espectáculo es barata, asequible al bolsillo de lo absurdo.


La proyección llegó a su fín. Cae el telón sobre la nuca de la fe. Dios 

murió en Irak, en Somalia,... de hambre, de frío, y sepultado yace ya 

bajo los ripios de un cielo que nunca fué del hombre, mas nadie le llora, 

pues se secaron los ojos, se secaron dejando a la vista dos cuencas 

de sarna y de olvido.

Y en estas imágenes que se mezclan y recitan -en lenguas que 

nadie reza- mentiras que un día fueron la mayor verdad, aparece, 

arrastrándose, desnuda y desnutrida, la razón de un mundo que le dió 

la espalda a sus principios.


Los ángeles se arrancan las alas, el cielo se húnde en los abismos

de su propia condición.


Nadie está a salvo de sí mismo. Nadie.